* Una ciudad de contrastes.
Berlín es el primer mundo europeo pero también hay pobres y mendigos, y curiosamente, no extranjeros en su mayoría como en otras ciudades europeas, sino alemanes.
Las estaciones de metro y los vagones son las zonas más frecuentadas. Ahí es donde se encuentra a los 'sin techo'. Ellos entran a los vagones a vender una revista que hacen especialmente para los pobres. Si no la quieren, dicen a los pasajeros, podrían aceptar unas cuantas monedas. "Las que les sobren", dicen unos, "aunque sea comida", dicen otros, "hago esto en lugar de robar", según otros más.
Hace unos años, esto molestaba más a los pasajeros. Aquellos alemanes se preguntaban, con ceños fruncidos, ¿cómo puede pasar esto en mi ciudad? Pueden adopatr una actitud tan agresiva como decirle en la cara al pordiocero, oye, en la estación anterior ya hubo uno como tú que estaba pidiendo monedas, pero estos ya son los menos. Ya cada vez más hay un sentimiento de dolor, de compasión, de condolencia.
Alemania es un país que también tiene desamparados. En Berlín un cifra inoficial dice que son unos 10 mil. De ellos un 10 por ciento o menos es de origen extranjero. La cifra subre delicadamente cada año y ha sido más fuerte desde que hace cuatro años hay un estancamiento económico. El país no crece, el Este alemán se queda sin jóvenes y sin trabajos, las empresas despiden personal y prefieren mudarse a los baratos países del Este. Y poco a poco la gente toma conciencia de ello.
Si antes se reaccionaba más con muecas a las limosnas, ahora he visto actitudes tan diferentes como al joven rubio fortachón, alto y rapado, estereotipo de un neonazi, que busca en la bolsa de su pantalón unas monedas, llama al pordiosero y se las da, quédese la revista, esa no la necesito, le dice todavía. Un par de jóvenes asiáticos comían pizza en otro tren y le preguntaron al que pedía dinero si no le importaba que le pudieran ayudar con comida, claro que no, me la llevo, dijo el otro.
La gente está tomando coinciencia. Quiere ayudar a la gente y tampoco sabe cómo. Pero, ¿hasta qué grado se puede ayudar a alguien con tan sólo darle unas monedas? ¿hasta cuándo va a dejar ese alguien de vivir en la calle y dejar de pedir dinero?
En Alemania todo mundo tiene, en la teoría, un lugar donde vivir y un seguro de desempleo o de ayuda social. Todo mundo, hasta el más pobre, puede vivir en un hogar calientito de unos 40 metros cuadrados y tratar de hacer algo en la vida. Es una cuestión de voluntad.
Los que están en la calle son una realidad social, y están ahí por los infortunios de la globalización pero también porque quieren. Despiertan caridades y compasiones, pero también despiertan corajes como que el Estado no puede funcionar así, la gente no puede vivir en la miseria, en Alemania no puede pasar esto... etc.
A muchos de ellos los ha estado ayudando una pequeña mujer. Una latinoamericana que se ha convertido en el ángel guardián de Berlín, Jenny de la Torre. Ella lleva más de 20 años viviendo acá porque, primero, quiso estudiar medicina, pero después decidió prestar sus servicios a los pobres de alemania en lugar de a los de su país, o de otro país latinoamericano. La única diferencia en la pobreza, dice, es que en América Latina se nace pobre, se vive pobre y se muere pobre, y hay un ligero estado de bienestar en ello, pero en Alemania uno nace rico en cultura y en una familia abrigadora, y después uno se vuelve pobre. La gente se enfrenta a sentimientos de frustración y de desamparo y de falta de cariño humano y en la pobreza, en el estado de la pobreza, en las calles con los pasajeros y pidiendo dinero, esa gente ve su salvación. ¡A cuántos no ha salvado Jenny que han reincidido!
¿Son parte de la sociedad o debemos de aceptarlos como parte de la sociedad?
La otra vez vi a uno de esos pordioseros en el metro acercándose a una mujer. Ella era bella pero, como todos, tenía una cara larga, sin alma. Y es que muchos en el metro vienen de un trabajo frustrante o son unos de esa cifra del 20 por ciento de desempleo que van camino a buscar un empleo. Bueno, ella empezó a sonreír por algunos comentarios de él. Y los de al lado empezaron a reír también. Al final unos le dieron dinero porque los conquistó con su plática, y otros sólo una sonrisa. Lo segundo vale más. El hombre salió del vagón y todo mundo lo buscó con la mirada. Si hubiera sido un don Juán, habría terminado con el teléfono de la chica.
Y como él hay otros que se conforman con una plática o una sonrisa.
¿Hasta dónde alcanza uno la felicidad en la pobreza? ¿qué es la pobreza, pues?
Yaotzin.
Las estaciones de metro y los vagones son las zonas más frecuentadas. Ahí es donde se encuentra a los 'sin techo'. Ellos entran a los vagones a vender una revista que hacen especialmente para los pobres. Si no la quieren, dicen a los pasajeros, podrían aceptar unas cuantas monedas. "Las que les sobren", dicen unos, "aunque sea comida", dicen otros, "hago esto en lugar de robar", según otros más.
Hace unos años, esto molestaba más a los pasajeros. Aquellos alemanes se preguntaban, con ceños fruncidos, ¿cómo puede pasar esto en mi ciudad? Pueden adopatr una actitud tan agresiva como decirle en la cara al pordiocero, oye, en la estación anterior ya hubo uno como tú que estaba pidiendo monedas, pero estos ya son los menos. Ya cada vez más hay un sentimiento de dolor, de compasión, de condolencia.
Alemania es un país que también tiene desamparados. En Berlín un cifra inoficial dice que son unos 10 mil. De ellos un 10 por ciento o menos es de origen extranjero. La cifra subre delicadamente cada año y ha sido más fuerte desde que hace cuatro años hay un estancamiento económico. El país no crece, el Este alemán se queda sin jóvenes y sin trabajos, las empresas despiden personal y prefieren mudarse a los baratos países del Este. Y poco a poco la gente toma conciencia de ello.
Si antes se reaccionaba más con muecas a las limosnas, ahora he visto actitudes tan diferentes como al joven rubio fortachón, alto y rapado, estereotipo de un neonazi, que busca en la bolsa de su pantalón unas monedas, llama al pordiosero y se las da, quédese la revista, esa no la necesito, le dice todavía. Un par de jóvenes asiáticos comían pizza en otro tren y le preguntaron al que pedía dinero si no le importaba que le pudieran ayudar con comida, claro que no, me la llevo, dijo el otro.
La gente está tomando coinciencia. Quiere ayudar a la gente y tampoco sabe cómo. Pero, ¿hasta qué grado se puede ayudar a alguien con tan sólo darle unas monedas? ¿hasta cuándo va a dejar ese alguien de vivir en la calle y dejar de pedir dinero?
En Alemania todo mundo tiene, en la teoría, un lugar donde vivir y un seguro de desempleo o de ayuda social. Todo mundo, hasta el más pobre, puede vivir en un hogar calientito de unos 40 metros cuadrados y tratar de hacer algo en la vida. Es una cuestión de voluntad.
Los que están en la calle son una realidad social, y están ahí por los infortunios de la globalización pero también porque quieren. Despiertan caridades y compasiones, pero también despiertan corajes como que el Estado no puede funcionar así, la gente no puede vivir en la miseria, en Alemania no puede pasar esto... etc.
A muchos de ellos los ha estado ayudando una pequeña mujer. Una latinoamericana que se ha convertido en el ángel guardián de Berlín, Jenny de la Torre. Ella lleva más de 20 años viviendo acá porque, primero, quiso estudiar medicina, pero después decidió prestar sus servicios a los pobres de alemania en lugar de a los de su país, o de otro país latinoamericano. La única diferencia en la pobreza, dice, es que en América Latina se nace pobre, se vive pobre y se muere pobre, y hay un ligero estado de bienestar en ello, pero en Alemania uno nace rico en cultura y en una familia abrigadora, y después uno se vuelve pobre. La gente se enfrenta a sentimientos de frustración y de desamparo y de falta de cariño humano y en la pobreza, en el estado de la pobreza, en las calles con los pasajeros y pidiendo dinero, esa gente ve su salvación. ¡A cuántos no ha salvado Jenny que han reincidido!
¿Son parte de la sociedad o debemos de aceptarlos como parte de la sociedad?
La otra vez vi a uno de esos pordioseros en el metro acercándose a una mujer. Ella era bella pero, como todos, tenía una cara larga, sin alma. Y es que muchos en el metro vienen de un trabajo frustrante o son unos de esa cifra del 20 por ciento de desempleo que van camino a buscar un empleo. Bueno, ella empezó a sonreír por algunos comentarios de él. Y los de al lado empezaron a reír también. Al final unos le dieron dinero porque los conquistó con su plática, y otros sólo una sonrisa. Lo segundo vale más. El hombre salió del vagón y todo mundo lo buscó con la mirada. Si hubiera sido un don Juán, habría terminado con el teléfono de la chica.
Y como él hay otros que se conforman con una plática o una sonrisa.
¿Hasta dónde alcanza uno la felicidad en la pobreza? ¿qué es la pobreza, pues?
Yaotzin.
* Una ciudad de contrastes.
Reviewed by Yaotzin Botello
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1/07/2006 01:28:00 PM
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