* Historias desde dentro (Marienfeld 5)
BERLÍN.- Todavía lo recuerdo muy bien. Estos sentimientos se quedan en el recuerdo y pasan a formar parte de la histotria hablada: Planeé como un alemán y tuve suerte de mexicano.
Me subí en el primer autobús que saldría del Marienfeld. Ayer. Después de la misa de Benedicto XVI. Salí a tiempo y caminé mis tres kilómetros para llegar a una de las tantas filas de autobuses. Todo iba bien, llegaría a tomar mi tren al centro de Colonia a tiempo para poder trabajar en Berlín. De Marienfeld a Colonia se hacían como 40 minutos sin tráfico. Lo comprobé con la venida, y yo tenía ahora dos horas y media para llegar a la estación de tren. Todo iba muy bien. Demasiado bien.
El chofer arrancó. Tuvo algunos problemas con la transmisión, no podía ser nada malo, ya nos habría cambiado de autobús. Empezó a bajar la colina. Estábamos saliendo. Seguíamos las desviaciones como las había establecido la policía. Pero, en un momento, pasó un autobús lleno de peregreinos por el otro carril. Sí, por el lado contrario. Algo había raro. Pasó otro. Otro más. Y entonces nos detuvimos. Llegamos a una fila de tráfico donde se veía adelante un grupo de peregrinos. Parecía que sólo retrasaban el paso de los automotores. No, no era eso. Estaba bloqueado el paso por completo. No, ¡peor! resultó ser una de las tantas filas de los autobuses que recogían a las personas para llevarlas a Colonia, y de repente mi autobús, bueno, nuestro autobús, el de los primeros peregrinos en salir, estaba en esa fila. ¿Qué hacía ahí? ¿cómo llegó ahí?
El chofer no quería dar vuelta porque 'estaba prohibido'. Y no entiendo. Recuerdo tantas veces como un chofer de autobús mexicano apenas ve un síntoma de tráfico y se brinca con su armatoste de 50 pasajeros cualquier barda o zanja para irse a otro lado. Pero no, este chofer no, a pesar de que todas las reglas estaban rotas ya con el millón de peregrinos sueltos por ahí. Se metió más y más en la fila y ya no había ni la posibilidad de pensar que se daría la vuelta. Grité, le grité. No sé cuántas y cuáles palabras utilicé en alemán, yo estaba ya fuera de mis casillas. Yo no quería peregrinar más, y menos en un autobús atrapado. Así que me bajé y empecé a caminar junto con otros peregrinos, cuesta abajo. Cinco kilómetros más hasta que encontramos otro paradero.
Hoy lunes pienso en el futuro que habrá deparado a mis colegas de autobús. Todos eran alemanes y si tenían la misma filosofía del chofer: 1.- o no quisieron romper la regla de bajarse sin ver un futuro concreto, 2.- o creyeron que saldrían de ahí en algún momento, no sé, quizás con una mano grandototototota que hubiera tomado el autobús y lo hubiera puesto de nuevo en camino. Así es Dios ¿no?
Yaotzin.
PS. ¿Y la suerte de mexicano? bueno, pues es que siempre nos pasa que cuando todo se ve muy bien es porque es irreal. Siempre nos pasa que ya logramos algo pero no podemos concluirlo. No sé si sólo es a mí, pero es un estado psicológico que he visto manifestado en mucha gente. Y a mí me sigue pasando.
Me subí en el primer autobús que saldría del Marienfeld. Ayer. Después de la misa de Benedicto XVI. Salí a tiempo y caminé mis tres kilómetros para llegar a una de las tantas filas de autobuses. Todo iba bien, llegaría a tomar mi tren al centro de Colonia a tiempo para poder trabajar en Berlín. De Marienfeld a Colonia se hacían como 40 minutos sin tráfico. Lo comprobé con la venida, y yo tenía ahora dos horas y media para llegar a la estación de tren. Todo iba muy bien. Demasiado bien.
El chofer arrancó. Tuvo algunos problemas con la transmisión, no podía ser nada malo, ya nos habría cambiado de autobús. Empezó a bajar la colina. Estábamos saliendo. Seguíamos las desviaciones como las había establecido la policía. Pero, en un momento, pasó un autobús lleno de peregreinos por el otro carril. Sí, por el lado contrario. Algo había raro. Pasó otro. Otro más. Y entonces nos detuvimos. Llegamos a una fila de tráfico donde se veía adelante un grupo de peregrinos. Parecía que sólo retrasaban el paso de los automotores. No, no era eso. Estaba bloqueado el paso por completo. No, ¡peor! resultó ser una de las tantas filas de los autobuses que recogían a las personas para llevarlas a Colonia, y de repente mi autobús, bueno, nuestro autobús, el de los primeros peregrinos en salir, estaba en esa fila. ¿Qué hacía ahí? ¿cómo llegó ahí?
El chofer no quería dar vuelta porque 'estaba prohibido'. Y no entiendo. Recuerdo tantas veces como un chofer de autobús mexicano apenas ve un síntoma de tráfico y se brinca con su armatoste de 50 pasajeros cualquier barda o zanja para irse a otro lado. Pero no, este chofer no, a pesar de que todas las reglas estaban rotas ya con el millón de peregrinos sueltos por ahí. Se metió más y más en la fila y ya no había ni la posibilidad de pensar que se daría la vuelta. Grité, le grité. No sé cuántas y cuáles palabras utilicé en alemán, yo estaba ya fuera de mis casillas. Yo no quería peregrinar más, y menos en un autobús atrapado. Así que me bajé y empecé a caminar junto con otros peregrinos, cuesta abajo. Cinco kilómetros más hasta que encontramos otro paradero.
Hoy lunes pienso en el futuro que habrá deparado a mis colegas de autobús. Todos eran alemanes y si tenían la misma filosofía del chofer: 1.- o no quisieron romper la regla de bajarse sin ver un futuro concreto, 2.- o creyeron que saldrían de ahí en algún momento, no sé, quizás con una mano grandototototota que hubiera tomado el autobús y lo hubiera puesto de nuevo en camino. Así es Dios ¿no?
Yaotzin.
PS. ¿Y la suerte de mexicano? bueno, pues es que siempre nos pasa que cuando todo se ve muy bien es porque es irreal. Siempre nos pasa que ya logramos algo pero no podemos concluirlo. No sé si sólo es a mí, pero es un estado psicológico que he visto manifestado en mucha gente. Y a mí me sigue pasando.
* Historias desde dentro (Marienfeld 5)
Reviewed by Yaotzin Botello
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8/22/2005 02:14:00 PM
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