* De regreso a la gran capital: dignidad en el vagón.
Ya estoy de nuevo en Berlín, después de estar viajando atrás de mi selección. México se fue del Mundial y yo me quedé agotado. Ahora sólo pienso en irme a una playa al lado del canal Spree a tirarme a un camastro y disfrutar del sol y de los 30 grados que hoy nos regala.
Pienso en la playa pero todavía no estoy ahí. Apenas voy en camino. Primero escribo, luego soy. ¿O al revés? No sé. Primero quiero contar una situación que viví hace unos momentos.
Estaba camino a mi casa, hacia Kreuzberg. El tren suburbano que viene desde el centro hacia el Este berlinés estaba medio vacío. Era hora en que todos deberían de haber estado en sus trabajos, no podía haber otra razón. Yo regresaba de dejar a un amigo que me visitó unos días y venía pensando ya en mi playa cuando, en Alexander Platz, el tren abrió sus puertas. Esta vez sólo se subió una persona. En lugar de buscar un asiento se quedó parada al lado de la puerta. Tan pronto el tren arranca, este hombre empierza a decir en voz alta, "disculpen las molestias, estoy vendiendo la nueva revista de los desamparados...". No terminó de hablar cuando al fondo del vagón alguien lo interrumpió gritándole que se callara el hocico, "Schnauze!" en alemán. El hombre de la puerta siguió hablando. El otro, gritándole. Que se callara, que si tenía un boleto legal para viajar, que dejara de vender esas mierdas, que dejara de hacer ruido.
El hombre de la puerta, un desamparado, siguió hablando sin que le importara aparentemente la situación. Pero ya estaba con la vista perdida. Terminó su discurso y se fue a pedir unos centavos hacia el lado del vagón donde no estaba aquella voz que lo agredía. "¿Me compra una revista? ¿o tiene alguna donación?" se fue diciendo. Algunos continuamos observándolo al tiempo que volteábamos a ver aquella voz agresora. Era un joven de no más de 35 años de edad. Delgado, cabello semi rapado, vestido de una forma deportiva. Podría parecer alguien que al menos tiene un buen trabajo. Estaba sentado hasta un extremo del vagón junto con su bicicleta.
El tren se detuvo en otra estación, Jannowitzbrücke. Abrió y cerró sus puertas, pero el pordiosero seguía adentro. Y no sólo se quedó adentro. Comenzó a avanzar hacia nosotros, la parte del vagón donde no había pedido dinero, ahí donde estaba su verdugo. Valor, coraje, provocación, burla, apoyo, no sé qué nombre darle, pero siguió. Y me ganó. Quería darle unas monedas, pero no tuve ninguna. Me quedé con el corazón apretado. Sólo pude darle una sonrisa. También hubiera querido decirle algo, pero las palabras me abandonaron. Creo que mis sentimientos todavía están configurados en español, me da mucha pena decirlo.
Cuanto más se acercó, su verdugo más le gritó. "¡Deja de malgastar así mis impuestos!", "¡ponte a trabajar!", "¡muéstrame tu boleto de viaje, a ver!". Era un exceso. Yo seguía sin poder decir nada, pero otras personas sí lo hicieron, empezaron a gritar, la chica de ojos verdes en ropa veraniega y con sandalias que estaba a mi lado, la señora fachosa sentada frente a mí y otro joven bien vestido que estaba justo al lado del verdugo. Pero fueron gritos en vano porque este tipo creía tener la razón. Estaba, cual director capitalista de alguna empresa cerrando un contrato, sentado detrás de su escritorio y ejerciendo un poder inmesurable. Él ya tenía una concepción de lo que quería decir y defender, y lo que dijeran otros no contaba, no era objeto de razonamiento. El tren se detuvo en otra estación, Ostbahnhof. Se abren las puertas, y el mismo pordiosero, antes de abandonar el tren, le empezó a gritar que tenía que vender sus revistas para poder comer algo. Y lo defendió hasta que se cerraron las puertas. Alcanzó a entrar en el vagón de atrás y desde la ventana que permite ver entre vagones le enseñó el dedo medio con los ojos completamente abiertos y la nariz recogida.
Yaotzin.
PS 1. En mi vagón, la discusión siguió con la chica veraniega de mi lado. El joven verdugo parecía no entender de pobreza. Este hombre sin techo no existía o no debía de existir para él. "¿Cómo puede ser que haya una escoria así cuando yo pago impuestos, cuando existe un Estado?", este era el nivel de su discusión.
PS 2. En México somos un poco más animales y una discusión así habría terminado, en cuestión de segundos, en empujones o golpes.
PS 3. Estos hombres sin techo son de verdad pobres. Y es impensable de Alemania, donde existe por tradición un Estado de derecho y de igualdad que es extremamente social o paternalista para mi gusto. Aún así hay pobres. Y de acuerdo con una doctora y trabajadora social que una vez entrevisté, Jenny de la Torre, estos pobres tienen tantos problemas sicológicos y sociales que ya les es imposible trabajar en algo. Vender las revistas es una especie de rehabilitación que, de acuerdo con lo que he podido observar, también se puede convertir en tortura con casos como el de hoy. Sin embargo, nuestro pordiosero mostró una dignidad vapuleante que pocas veces se ve.
PS 4. Y casi como esa escena chistosa futbolística de ayer, en la que se vio conversando los últimos momentos del partido a los expulsados Giovanni van Bronckhorst de Holanda y Deco de Portugal, en el tren la chica veraniega y nuestro joven verdugo se sentaron uno al lado del otro, intercambiando sus puntos de vista sobre la pobreza pero ya aligerándolos con unas sonrisas.
Pienso en la playa pero todavía no estoy ahí. Apenas voy en camino. Primero escribo, luego soy. ¿O al revés? No sé. Primero quiero contar una situación que viví hace unos momentos.
Estaba camino a mi casa, hacia Kreuzberg. El tren suburbano que viene desde el centro hacia el Este berlinés estaba medio vacío. Era hora en que todos deberían de haber estado en sus trabajos, no podía haber otra razón. Yo regresaba de dejar a un amigo que me visitó unos días y venía pensando ya en mi playa cuando, en Alexander Platz, el tren abrió sus puertas. Esta vez sólo se subió una persona. En lugar de buscar un asiento se quedó parada al lado de la puerta. Tan pronto el tren arranca, este hombre empierza a decir en voz alta, "disculpen las molestias, estoy vendiendo la nueva revista de los desamparados...". No terminó de hablar cuando al fondo del vagón alguien lo interrumpió gritándole que se callara el hocico, "Schnauze!" en alemán. El hombre de la puerta siguió hablando. El otro, gritándole. Que se callara, que si tenía un boleto legal para viajar, que dejara de vender esas mierdas, que dejara de hacer ruido.
El hombre de la puerta, un desamparado, siguió hablando sin que le importara aparentemente la situación. Pero ya estaba con la vista perdida. Terminó su discurso y se fue a pedir unos centavos hacia el lado del vagón donde no estaba aquella voz que lo agredía. "¿Me compra una revista? ¿o tiene alguna donación?" se fue diciendo. Algunos continuamos observándolo al tiempo que volteábamos a ver aquella voz agresora. Era un joven de no más de 35 años de edad. Delgado, cabello semi rapado, vestido de una forma deportiva. Podría parecer alguien que al menos tiene un buen trabajo. Estaba sentado hasta un extremo del vagón junto con su bicicleta.
El tren se detuvo en otra estación, Jannowitzbrücke. Abrió y cerró sus puertas, pero el pordiosero seguía adentro. Y no sólo se quedó adentro. Comenzó a avanzar hacia nosotros, la parte del vagón donde no había pedido dinero, ahí donde estaba su verdugo. Valor, coraje, provocación, burla, apoyo, no sé qué nombre darle, pero siguió. Y me ganó. Quería darle unas monedas, pero no tuve ninguna. Me quedé con el corazón apretado. Sólo pude darle una sonrisa. También hubiera querido decirle algo, pero las palabras me abandonaron. Creo que mis sentimientos todavía están configurados en español, me da mucha pena decirlo.
Cuanto más se acercó, su verdugo más le gritó. "¡Deja de malgastar así mis impuestos!", "¡ponte a trabajar!", "¡muéstrame tu boleto de viaje, a ver!". Era un exceso. Yo seguía sin poder decir nada, pero otras personas sí lo hicieron, empezaron a gritar, la chica de ojos verdes en ropa veraniega y con sandalias que estaba a mi lado, la señora fachosa sentada frente a mí y otro joven bien vestido que estaba justo al lado del verdugo. Pero fueron gritos en vano porque este tipo creía tener la razón. Estaba, cual director capitalista de alguna empresa cerrando un contrato, sentado detrás de su escritorio y ejerciendo un poder inmesurable. Él ya tenía una concepción de lo que quería decir y defender, y lo que dijeran otros no contaba, no era objeto de razonamiento. El tren se detuvo en otra estación, Ostbahnhof. Se abren las puertas, y el mismo pordiosero, antes de abandonar el tren, le empezó a gritar que tenía que vender sus revistas para poder comer algo. Y lo defendió hasta que se cerraron las puertas. Alcanzó a entrar en el vagón de atrás y desde la ventana que permite ver entre vagones le enseñó el dedo medio con los ojos completamente abiertos y la nariz recogida.
Yaotzin.
PS 1. En mi vagón, la discusión siguió con la chica veraniega de mi lado. El joven verdugo parecía no entender de pobreza. Este hombre sin techo no existía o no debía de existir para él. "¿Cómo puede ser que haya una escoria así cuando yo pago impuestos, cuando existe un Estado?", este era el nivel de su discusión.
PS 2. En México somos un poco más animales y una discusión así habría terminado, en cuestión de segundos, en empujones o golpes.
PS 3. Estos hombres sin techo son de verdad pobres. Y es impensable de Alemania, donde existe por tradición un Estado de derecho y de igualdad que es extremamente social o paternalista para mi gusto. Aún así hay pobres. Y de acuerdo con una doctora y trabajadora social que una vez entrevisté, Jenny de la Torre, estos pobres tienen tantos problemas sicológicos y sociales que ya les es imposible trabajar en algo. Vender las revistas es una especie de rehabilitación que, de acuerdo con lo que he podido observar, también se puede convertir en tortura con casos como el de hoy. Sin embargo, nuestro pordiosero mostró una dignidad vapuleante que pocas veces se ve.
PS 4. Y casi como esa escena chistosa futbolística de ayer, en la que se vio conversando los últimos momentos del partido a los expulsados Giovanni van Bronckhorst de Holanda y Deco de Portugal, en el tren la chica veraniega y nuestro joven verdugo se sentaron uno al lado del otro, intercambiando sus puntos de vista sobre la pobreza pero ya aligerándolos con unas sonrisas.
* De regreso a la gran capital: dignidad en el vagón.
Reviewed by Yaotzin Botello
on
6/26/2006 12:56:00 PM
Rating:
3 comments
"Parecía algún capitalista sentado detrás de su escritorio y ejerciendo un poder inmesurable" creo que fue el momento en el que tu discurso se dejó llevar por la ideología y las ideas preconcebidas que con justa razón criticas. Cabe recordar siempre que el capitalismo no se regodea en la tragedia de los pobres. No va por ahí, desde mi punto de vista.
Muy bueno! Le pondré un enlace! Un abrazo! Y felicitaciones por lo del FAZ!
NO es cuestión de ideologías, pero en efecto son los grandes capitalistas los que tocan la música a cuyo ritmo bailamos la mayoría. La idea preconcebida sería afirmar que a güevo eso es bueno o que a güevo eso es malo sin argumentar. Si lo argumentas de manera sincera y aportando datos, cifras, nombres, etcétera, pues adelante maestro.
Por otro lado, siempre hay alemanes así de arogantes como el tipo de la bici. Me ha tocado ver griterías así en la U-Bahn, y siempre es por tipos que se imaginan que alguien se aprovecha de sus impuestos, y eso que siempre son tipos mucho mejor vestidos que sus víctimas.
Post a Comment